La pequeña Caroline corría por un turbulento pasillo, estrecho, sin punto de fuga.
Mil y una puertas silbaban en sus mejillas mientras se precipitaba sin control hacia un final vacilante a cualquier propósito.
Cada vez más fatigada, ya cabizbaja, no quería mirar al frente y su único testigo, la huella de una furtiva lágrima, destapó la única y verdadera certidumbre en su viaje.
De rodillas, alzo la vista y advirtió que en su camino, convertido en un bucle de encrucijadas calcadas de un sutil vacío, existía una alternativa palpable bajo sus pies.
Perforó el pavimento con violencia, bramando de ira, ira por el incipiente amor que iba a conocer y que había permanecido aletargado durante años, había llegado el momento.
Del polvo estallaron, corpúsculos de frenesí tronaron en un preludio de pasión perenne e inagotable; del polvo emergió lo que de una vitrina de maniquíes zalameros no consiguió en años: Dust Love.
Ellos son Nereida y Fran, y esto, un pedacito de su amor.